Los poetas Fernando Sabido Sánchez, Mariano Rivera Cross, Carlos Guerrero, Domingo Faílde y Dolors Alberola en Jerez de La Frontera (Cádiz), Primavera 2013

lunes, 19 de septiembre de 2011

847.- FERNANDO LABRADOR CALONGE


Fernando Labrador Calonge: poeta nacido en Aracena (Huelva) en 1893. Su vida transcurrió en una auténtica bohemia regada por los mostos de la Sierra espacio más íntimo que geográfico que canto sentidamente en su libro "ALTAS CUMBRES" y en el que dedica muchos de sus mejores poemas a Zufre, lugar donde vivió sus últimos años. Entre estos:




En tu sierra vicaria y tu ribera

En tí, yo clamo, Zufre, y en tu Puerto
quisiera detener mi afán mundano
y dejando de ser frívolo y vano
tener el corazón noble y abierto

Ordenar para el fin el desconcierto
de tanto desacierto cotidiano
y sobretodo ser puro y humano
para llegar al fin con rumbo cierto

Esto hacer en tu Puerto yo quisiera
en tu Sierra Vicaria y tu Rivera-
ahogar entre mis manos mi malicia

Y cuando un nuevo sol su luz me diera
tal vez nuevo y feliz tener pudiera
Mi inútil corazón lleno de albricia







Zufre, Tazón de llamas:

No eres Taza de Plata, como dijo
De cierta población cierto poeta.
Tazón eres de llamas, limpia meta
Donde celebra el sol su regocijo.

Alabanza ninguna te dirijo,
Jazmín de luz y cal, cándido asceta.
En ti detiene Apolo su carreta
y te mira a su amor rendido y fijo.

El fuego es torrentera que te inunda:
Jamás sombra ninguna te circunda;
Tú derramas la luz a troche y noche.

Poco es decirte a ti "Taza de Plata",
Porque en tu seno el solo abre y desata
Los más ocultos rayos de su brocha.






COPLAS DE SANTA ZITA

Cuando ya empiezan las tardes
a ser largas y floridas,
y el agua en los atanores
a murmurar mansa y tibia;
cuando apuntan sus capullos
las acacias y las lilas;
cuando el sol, sobre los prados,
las rubias magarzas brillan,
a Santa Zita, que tiene
en un ribazo la ermita,
las mozas van entre coplas,
fiesta, decires y risas,
que también trabajan en ellas
como la Santa hizo en vida.

Santa Zita era criada;
Dios bendiga a Santa Zita,
porque cosia y lavaba
con sus preciosas manitas".

Cuando el sol fuerte y brillante,
de nubes se ha desnudado;
cuando caen lánguidamente
los frutos de los manzanos;
cuando frescas mieles brindan
los abiertos higos blancos;
cuando los mirlos tremolan
sus silbos inesperados,
y prudentes en las rocas
se adormilan los lagartos,
por la veredita estrecha
de violetas y maestranzos,
locas de fe y de alegría
las mozan bajan cantando:

"Santa Zita tuvo siempre
que vivir de su trabajo".

El camino de la ermita
es un estrecho sendero,
aunque en las zarzas se enredan
y pisan los jaragüellos,
ellas cruzan sonrientes
sin sentir dudas ni miedo ;
son fuertes como la Sierra
y ligeras como el viento;
pero saben hacer randas
y bordar los terciopelos;
saben cantar coplas bellas
que le inflaman el pecho,
cuando van a Santa Zita
la estrella blanca del pueblo.

"Santa Zita era criada
y señora entró en los Cielos,
sin haberse puesto nunca
una sortija en los dedos".








ELEGÍA DEL PINO GONZALIANO

A Víctor González Tello.

El viento ha cercenado aquel hermoso,
añoso pino, verde y solitario;
faro amable que fue de los caminos
agrestes pedregosos y serranos;
aquel pino de formas gigantescas,
oteador de geórgicos trabajos,
vigía y Polifemo de los surcos,
señor de las colinas y los prados.

Aquel pino que ha sido, en tantas horas,
albergue incomparable de los pájaros,
aquel pino, mi amigo, a cuyo sombra
devané los ensueños de mis años
y él, constante, le daba a mis heridas
la gracia salutífera del bálsamo.

Ya no verás jamás ¡oh pino mío!,
cómo tornan los cándidos rebaños,
después de haber corrido por los montes,
a la mansa quietud de los establos;
ni en las piedras lucir, en el estío,
su enjoyada corteza los lagartos;
ni oirás esos mugidos que las vacas
le dan a los terneros rezagados;
ni verás que Aracena en torno tuyo,
diáfana y serena, sobre el manso
reposo de sus horas, brilla hermosa
dormitando en grácil tálamo blanco.
Ya no será tu espejo el bello pueblo
donde tú te mirabas como un astro.

¡Qué iba yo a conocer la muerte tuya,
no lo hubiese previsto ni soñado
cuando los pinos viven largos siglos
y febles y caducos son mis años!
Cuando tengo la vida amenazada
por mísero banquete de gusanos;
cuando espero el reposo en una tumba,
me quitan el idilio de tus brazos,
el mágico perfume que exhalabas
en las íntimas siestas de verano;
cuando en ti se posaban los jilgueros
que las áuras surcaron sin descanso,
y en la paz nemorosa de las selvas
vertieron los arpegios de sus cantos.

Los grillos llorarán tu vida rota,
poniendo sinsabores en los pastos.
¡Ay, tu hermosa cabeza, pino mío,
en las rachas del viento huracanado!
¿Por qué se han desatado, en daño tuyo,
los furores maléficos del ábrego?

Las rubias margaritas desfallecen
con lánguidas tristezas en los tallos;
suspirando los lirios en los valles,
aumentan el color de su morado.
¿A quién le diré yo mis soliloquios
que ni místicos son ni son profanos?
¿Con quién compartiré las penas mías,
si más pena que yo, tiene ya el campo?

(“Altas Cumbres” Sevilla 1.947).

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